Milagro y buena voluntad, el camino llano por donde andan las cosas extrañas de la vida. Esta es la crónica de un milagro ocurrido en un hospital. La feliz historia es de una abuelita que ingresó al centro médico atacada por el covid y hoy salió de alta con un ramo de flores en los brazos.
¿Acaso el ángel Gabriel o el mismo Espíritu Santo?, si ella oraba todos los días el rosario tras arreglar la cama donde guardaba reposo y, quizás, otros igual rogando desde las casas, o; el cura de su iglesia cada mañana también siseando su nombre y pidiendo por la salud de ella, ¿todavía se duda del milagro con el cual superó al covid-19 a sus 94 años de edad?

Los mismos médicos, ángeles en la tierra, herramientas de la divinidad, hablaron de un milagro al referirse al caso de doña Juana quien en su casa de Ciudad del Este a esta altura de la vida vino a caer bajo la inclemencia del virus.
Con urgencia fue hospitalizada y las voces y los pensamientos se entrecruzaron: Dios sabe lo que hace, hágase tu voluntad, Señor; que Dios se apiade de ella, no soportará, es muy anciana, solo un milagro…
Médicos y enfermeras tomaron como una causa la salud de doña Juana, durante las veinticuatro horas. Ella sonreía y charlaba con los vestidos de blanco, sus ángeles ¡Qué espíritu, que fortaleza en el alma! Comentaban, admirados, unos con otros los profesionales médicos. Ella se despertaba sonriente, saludaba, arreglaba su cama y se ponía a orar el rosario.
El Espíritu Santo hizo de médicos, enfermeras, asistentes varios. Allí estuvo como cuando a través del Ángel Gabriel estuvo con Isabel, la anciana esposa de Zacarías, para anunciarla que sería la madre de Juan, el que bautizara en el Jordán al mismo Jesús, el Hijo del Hombre, el que – sin dudas – andaba caminando por el pasillo del hospital, quizás mimetizado con el guardapolvo verde del médico y la mascarilla obligatoria, haciendo guiños a doña Juana desde la puerta de la sala donde ella guardaba su cuarentena.
Noventa y cuatro años es nada para el poder del Médico. Lázaro revivió porque aquel ordenó “levántate”, como aquella niña, hija de Jairo, que también volvió a la vida. Y el leproso que curó. Y el siervo del centurión. En la oración de Juana estaba la mano de aquella mujer que tocando el manto de Jesús se sintió sana, “tu fe te ha salvado, mujer”, le dijo el Maestro, ¿quién duda que lo mismo no le haya dicho a la anciana de Ciudad del Este? Tu fe te ha salvado, Juana.
La fe de una anciana, la buena voluntad de los vestidos de blanco, el poder del Espíritu Santo, el gozo en ciento de miles de corazones paraguayos; un día más con el gran milagro de Dios en la tierra del yvapurú, araticú, arasá y de la meliflua naranja lima; donde el ñembo´e es de esa mayoría buena, devota, que sabe que el milagro del Señor es más presente que el aire que respiramos, más real que el sístole y diástole de nuestros corazones. Y doña Juana lo sabe.