La marina paraguaya enfrentó ayer a un grupo de contrabandistas en la ribera paraguaya del río Paraná entre Ciudad del Este y Presidente Franco. Fue a los tiros, como en las películas de western entre el sheriff y los bandidos.
Los efectivos de la Armada actuaron con la ley en sus manos. Nada qué discutir. Los malvivientes contrabandeaban, no estaban de pesca, ni se daban un paseo de placer. Estaban perjudicando a las industrias paraguayas, que garantizan empleos a miles de paraguayos, burlándose de quienes pagan sus impuestos para producir.
Los marinos no enfrentaban a nenes de pecho sino a violadores de las reglas a quienes no les importa ni las industrias ni si contagian con el virus a todos los esteños y como si todo fuera poco, armados hasta los dientes.
¿Que los uniformados fueron duros?, sí, sin embargo, como su nombre indica, la fuerza pública es eso, fuerza y armada, autorizada a usar las armas si las circunstancias así exigen.
Leemos en algunos diarios de hoy la manipulación descarada de la noticia. Las fuerzas fronterizas de nuestro país no estaban enfrentando a «vecinos» sino a contrabandistas puros y duros, a personas que prefieren la marginalidad que la legalidad.
La marina paraguaya no «secuestró», detuvo sí a los que, a los tiros, les enfrentó. Por encima de los eufemismos («vecinos», «paseros», «tortura»), los responsables de la seguridad de nuestra frontera encararon reciamente, como les exige la ley, a marginales, criminales, a los contrabandistas, como debe ser.
Es curiosa la manipulación de algunos medios de prensa sobre este asunto, presentando a los contrabandistas como «víctimas» cuando que mataron incluso a un joven uniformado (Marcos Agüero, 22 años de edad, el de la foto de portada) del cual poco o nada se publica lo que demuestra la perversidad con que algunos medios encaran la información. La mala praxis comunicacional dirían los médicos.